De pronto como de golpe, escuché una bicicleta frenar en seco. La angustia me invadió, con el corazón latiendo a mil miré por la ventana, tenía la sospecha que era ella, Rocío, la que había tenido aquel accidente y la sospecha se parecía a la certeza de que ella estaba tirada en el suelo incosciente.
Pero no había nadie, ni bicicleta, ni sangre, ni nada. En ese momento regresé a mi y caí en cuenta que era imposible, que Rocío soy yo y que estoy sentada estudiando en la biblioteca de la universidad con la mirada perdida en la ventana.
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